jueves, 8 de octubre de 2015

Escuchando vientos de agua.

 Echando a veces, la vista atrás, por momentos, recuerdo uno de los días más inolvidables de mi adolescencia.  Era poco más que un niño y la historia empieza en un frío día del mes de Enero, hace ya casi cuatro décadas.




Ésta, empieza cuando un ilusionado adolescente, a los once años de edad, no paraba de mirar algo que le habían regalado aquella misma mañana.  Mañana de matanza casera, donde toda la familia participaba en las tareas artesanales.  Esa mañana, después de varios intentos, al final, había conseguido convencer a mi tío para que bajáramos a la localidad de Moraleja, a la ferretería más cercana.

El objeto al que miraba, estaba metido en una bonita caja de cartón y ésta, estaba sobre la cornisa de un armario en el salón de la casa de mis padres.

Dentro de esa caja había una joya, un deseado regalo al que llevaba meses añorando, un precioso carrete de pesca Sagarra y que, sin darme entonces cuenta, me iba a acompañar luego en muchisimos momentos de mis días de pesca.

A ese carrete, al poco tiempo, después de bregar mucho y convencer a mi madre, le añadí una bonita caña encajable de dos tramos de fibra, objetos que consideraba mis dos más preciados tesoros.

Esperaba cada domingo por la mañana, la llegada de mi tío, con el que había quedado a las nueve de la mañana para ir de pesca, y que, desde las ocho, estaba ya esperando que apareciera por la esquina con su Ford Fiesta azul.

 Con todo ya preparado: mi bocadillo, costera, mi fabulosa caña, llevando de señuelo, dos viejos peces rápalas y una cucharilla de pintas rojas, cada mañana, estaba dispuesto a engañar al más taimado y lunático de los basses de embalse de Borbollón.


Después de muchos intentos, conseguí coger mi primer pez, un pequeño bass, que como no daba “la marca", para evitar problemas, debía de haber tirado al agua, sin embargo, era mi primer y preciado trofeo y no estaba dispuesto a perderlo.


Con normas y leyes sanas, pero muy diferentes a las de hoy, en cuanto a la pesca, me fui forjando como pescador por las tranquilas, largas y perdidas orillas del embalse del Borbollón.


Sin darme cuenta me fui convirtiendo en un incansable y feliz andarríos.  Aprendí la magia de la pesca del back baas, de picardeados y finos maestros de este arte del engaño, constancia y paciencia que nunca daban un lance por perdido.


Era una fusión, armoniosa y personal con la naturaleza, la cual, te brindaba su encanto sin pedir nada más a cambio que, un respeto por lo que te ofrecía.

Sin embargo, casi cuatro décadas después, en muchas ocasiones, la situación que se nos presenta es diferente.

   A veces, me da la sensación, que el pescador es considerado como dominguero andarríos, un invasor, armado con una caña de pesca y que, como proyectil utiliza afilados anzuelos, alguien al que, se le pide mucho, se le critica más y se tiene en cuenta poco.

Recientemente, dos de mis paraísos de pesca me han puesto trabas con insuperables accesos vallados. A esto, no se le puede poner pegas, alegando no se qué,escenarios que siempre estuvieron ahí, desempeñado su función natural.  ¿Acaso circulamos con vehículos troncha caminos, responsables del cambio medioambiental?, ya no son solo alambradas, son cierres metálicos, quitamiedos etc, Otra partida perdida, ¿a quien le importa lo que piensa y necesita un pescador? otra batalla con mal final,

  Antes no pasaba nada de eso, ni había cotos, ni múltiples federativas, ni trasvases, ni había camalote, ni especies invasoras.

El hecho es que, a todo se le busca un argumento y raras veces favorece a ese saturado pescador, que no pide más que en esas horas de ocio de cada domingo, le dejen en paz y disfrute de su deporte favorito.



No son estas líneas una protesta, son una saciedad de inexplicables hechos a los que, no se les encuentran una razón lógica y que el indefenso andarríos intenta superar.


El autentico pescador, no es un furtivo, no es un pasivo personaje que no respeta lo que le gusta, no es un despreocupado individuo que destroza de lo que disfruta, es simplemente un aficionado que desarrolla algo que necesita y con lo que le complace vivir, es consciente de sus obligaciones, es conforme de respetar lo que tiene y luchara por conservarlo, pero solo a cambio necesita un pequeño y para él, gran privilegio, su derecho a algo que quiere y le gusta.


 Merece la pena asimilar sus ideas y, como tal, tiene todo el derecho a pedir su pequeña parte del texto, entendimiento, comprensión y respeto por lo que le gusta, que es.... pescar.


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